Llegas, y todo es azul. Y tú, que estás acostumbrado a que el mar te rodee, recuperas la capacidad de maravillarte con la naturaleza. Entrecierras los ojos para enfocar a pesar del sol, y descubres una forma de vida diferente. Más sencilla, más simple, más perfecta. No sé si podría vivir aquí, pero he vuelo siendo muy consciente de que es aquí donde -de todos los lugares en los que he estado últimamente- más a gusto conmigo misma me he sentido. Filipinas ha recuperado mi esencia y ha traído de vuelta mis ganas. Dicen que a los sitios donde has sido feliz no deberías volver, pero ojalá otro viaje así y descubrir cuanto hemos cambiado ambas; las islas y yo.